Puerta de mis coplas,
delirio de mi mente
La Puerta. No hay tiempo que
perder en responder al cómo llegué a saberlo. Lo importante es que no te
distraigas de lo esencial. Presta atención: la verdad cruda, la realidad
impalpable, no es otra cosa que esa puñetera Puerta, cerrada, discreta aunque
oculte un voraz agujero negro.
Al leerme, el lógico escepticismo
que provoca lo absurdo y misterioso, ya ha tomado las riendas de tu cordura. Y,
créeme, hace bien. Tú, mi niño, no te sientas mal si, aunque escéptico
descreído de todo, me lees y tu mente planea como un gorrión de alas curiosas,
sobre las casas que conoces como si fueran las palmas de tus manos.
Y buscas por sus pasillos.
Recorres las casas, alguna más de una vez, con tu más aguileña y afinada
mirada. Y crees que no; jurarías que no hay tal Puerta en ninguna de ellas.
Crees, feliz y despreocupado,
que nunca hubo en esos hogares, una misteriosa Puerta de madera, con cerradura
y llave, pomo y carácter múltiple. Bien pintada, nieta de las centurias e hijas
de manos encallecidas. Y, finalmente, te atreves a afirmar, sin el menor atisbo
de duda, que la Puerta de mis coplas es delirio de mi mente.
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