lunes, 23 de octubre de 2017

La Puerta (II) Nada más que añadir


Nada más que añadir

Déjame decirte algo en lo que, tal vez, nunca antes habías reparado. En todas las casas hay una Puerta que, como las certezas que duelen y no desean ser escuchadas, se evita. ¿Tú, gato, no rehuyes del agua? Y tú, viejito, ¿acaso no te escaqueas de conversaciones avinagradas y sin substancia alguna? Pues, sí, porque cada uno es de su padre y de su madre; y hay gente, puñados de gente, que no tienen apetito de verdades.

A la espera –impaciente- de que las certezas dejen de doler y retornen a nuestro mundo, sólo nos quedan las sólidas Puertas. Roble o abedul, igual da; todas ellas, sin importar su especie, dimensiones, estilo y color, cumplen a la perfección con el cometido para el cual han sido creadas, que no es otro que ocultar algo.
Una persona cuya opinión tengo en alta estima afirma que, el propósito de esas misteriosas puertas no es otro que ocultar a la conciencia de las vacas el hecho de que el lechero y el carnicero gobiernan sus vidas.
-¡Menuda estupidez! –le espeté. Pero me dejó pensando. A decir verdad, siempre estoy pensando.
Antes yo no era así, pero han sido tantas las cosas nuevas e inauditas que se han visto desde que estallara la Guerra Esperada, que noto como si tantas novedades forzaran las rudas poleas de mis razonamientos, llevándolos al límite; echando chispas, encendiendo ígneas nieblas dentro de las cavernas de mi cerebro. Asistiendo, con plena conciencia, al parto de mi propia persona, la que sólo tuvo que quitarse los calcinados harapos de su escepticismo.
Si tú supieras, tuerto escepticismo, que también yo solía confiarte los más audaces desafíos científicos. De forma que, mientras el ciego creyente hincaba el mentón ante la imagen que idolatra, la misma imagen se tornaba en el espejo en que los que fuimos narcisos tuertos nos hemos mirado.
Hasta que llegó la Guerra Esperada. El sonido de la lluvia cayendo empapa mis recuerdos. Y entonces, para sorpresa y terror de todos, el cielo se oscureció como si hubiera caído en el más lóbrego pozo que nuestras despreciadas imaginaciones puedan alcanzar a ver.
Desolación. También en mi tierra.
Volvamos a la Puerta. No sabemos a ciencia cierta qué se oculta tras ellas, pero algunos sospechamos que nada grato. Cuando des con la Puerta que han colado en tu hogar, silba.
Entretanto, allá va una característica propia de la, escúchame bien, entrada a tu casa. Sí, has oído bien, entrada y no salida. La Puerta es muy astuta.
Atiende: No importa en qué año o siglo fue construida esta o aquella casa. Todas, todas las casas tienen una Puerta, y nunca, jamás, de ninguna manera, verás al insobornable tiempo –el que nos consume a ti y a mí- correr sobre su madera. ¿Crees que es preciso añadir algo más?


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