sábado, 11 de noviembre de 2017

La Puerta (IX) Estos terrores nuestros, fundados

Sé cuál es el impacto que la presencia de un misterioso forastero, el silbido del frío viento, los tenebrosos claroscuros, provocan en la impresionable mente de un niño.

Recuerdo que en las viejas películas de terror de la Universal Pictures, la trama se desarrollaba en pequeñas poblaciones. A mi juicio, ese es uno de sus mayores atractivos; la perfecta mezcla entre acogedor y perturbador.
Que no falte una iglesia victoriana. Tampoco gélidos inviernos de desapacibles otoños, que tienen su justa réplica en una chispeante chimenea. Y en Una O’Connor, la mejor posadera del reino, sirviendo un plato caliente de sopa. Sin olvidar la nieve que cae más allá de las ventanas. Ni la presencia de sofisticadas bellezas femeninas que bien podrían llamarse Gloria o Zita.
Será fácil que tu miedo –huyendo de lo imprevisible- corra delante de ti, por las estrechas y solitarias callejuelas de Iping, Inglaterra, o cualquier otra aldea de la Europa profunda.
Una posada como The Lion’s Head. Y una plaza que reúna, antorcha en mano, a los asustados lugareños; gentes humildes y pintorescas, risueños vecinos con los que sería un placer relacionarse. Entre ellos aún mencionan las palabras honor y horror. Sería un gusto inmenso padecer los terrores de esos incombustibles clásicos de cine en blanco y negro, y no los reales.
Estos terrores nuestros, fundados, dolorosamente reales, tienen mucho de tragedia griega, de infortunio colectivo que se presiente de lejos, de fatalidad irremediable. Miedos que hablan de Puertas y deprimentes cielos color dolor de cabeza.
Si pudiera, elegiría aquellos otros, propios de relatos que se conducen con infantil simplicidad; pavores provocados por sus humanos y sobrenaturales monstruos.
Así que nada de esto, ni la Guerra Esperada, el aislamiento, los malditos retornados, habría ocurrido. Nada de esto protagonizaría mis habituales pesadillas.
Y, sin embargo, válgame dios, sigo sosteniendo que la arrogancia –siempre injustificada- del hombre invisible acabará arrastrando hasta los infiernos a los enemigos del hombre. Se precisa de inteligencia y prudencia.
Ningún adversario, y tras la Puerta sospecho que tenemos uno demoníaco, fue derrotado sin el intenso uso de la bendita prudencia. Nos hará mucha falta en estos tiempos en que algunos de nuestros semejantes han regresado de la muerte. Porque no parece que todos ellos lo hayan hecho por los mismos motivos.
Hay quien sostiene que los tiempos actuales se asemejan a los legendarios días en que Troya, perla mediterránea de hercúleos muros de lapislázuli, cayó en desgracia. Ojalá que se equivoque y no esté en lo cierto. Nos va la vida en ello.

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