Dicen los gatos de la ciudad
–y doy crédito a su afirmación, dada la buena fama de imperturbables
observadores que se han ganado-, que sobre Las Palmas de Gran Canaria se pueden
trazar cientos de miles de senderos repletos de intangibles recuerdos. Sostienen
ellos que sobre toda plaza, cruzando cada avenida, planeando sobre centenares
de bulliciosas calles, las indelebles huellas de quienes nos llevaron de la
mano han quedado marcadas para siempre.
Sí, para siempre… Así será
hasta que se cumpla lo que anuncia la leyenda de Exordio:
Las Palmas, la más feucha
entre los bellezones atlánticos, seguirá existiendo hasta el día en que el
océano Atlántico acuda a la llamada de Exordio, el Tritón de La Laja. Y se
dejen oír los aleluyas de no pocas buenas gentes. Y las aguas tornen su rostro
en la furia de su salado aliento, hasta engullir asfalto y cemento, defectos y
virtudes. Entretanto, el Tritón -con su rojiza caracola-, nos saluda.
Y el cielo, ahora oscura
panza de burro universal, observa los pasos felices de gente como Liria y
Trajano sobre las aceras insulares. De nuevo juntos, él no tiene motivos para
repetirse el mantra de dos décadas, resiste,
Trajano. Ya no necesitará más luces de luna en la voz de Olga Cerpa, ni
playas de farra y dolor. Ni volverá a sentir arrastrar las cadenas en la noche
callada.
Parecen los protagonistas de
Si tú me dices ven. El uno y la otra,
juntos, serenamente felices, ante un mundo que –lenta e inexorablemente- se
apaga. ¿Qué más se puede pedir?
Quién diría que aquellos dos
chavales que se besaron por primera vez estudiando en el Instituto Pérez
Galdós, serían testigos, después de ver interrumpida –durante veinte años- su
relación, del crepúsculo mundial, la desaparición de todo lo que habíamos
conocido. De ahí ese otro término con el que nos referimos a los retornados,
los crepusculares; quienes, al
parecer, saben más que el resto sobre lo que está ocurriendo. ¿Fin del mundo?
Eso temen muchos, como Trajano y Liria.
Llorar contigo será mi salvación, se dicen mutuamente.
Cuando, algún aciago día,
las olas devoradoras del Tritón caigan sobre el trazado de esta ciudad, lo
único con lo que se encontrarán serán las huellas y recuerdos de las gentes que
la habitaron. Especialmente, de quienes repartían aliento y curiosidad;
sonrisas y afectos. De esas gentes eran las calles. Y los laberintos, plazas,
avenidas, que se dibujan, con nostalgia, sobre este balcón insular.
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