viernes, 4 de mayo de 2018

Reflexiones (Volumen I) Ya a la venta



El siguiente trabajo busca violentar las conciencias. La naturaleza del texto es poco amable con las ortodoxias sociales y religiosas imperantes. Nació con ese noble propósito. Por tanto, si eres de rígidos principios confesionales y/o te conformas con las respuestas que nuestra sociedad nos ofrece diariamente, lamento decirte que este trabajo puede llegar a ofenderte. Una vez hecha esta conveniente observación, empecemos.
La historia humana se ha desarrollado con un patrón insuperado, consistente en el escaso valor que se le otorga a la vida. A excepción, claro está, de la vida de quienes son económicamente afortunados.
Amén de la despiadada ambición de unos pocos, otra posible causa de esa pobre cotización de la vida humana, podría estar en la limitada capacidad del ser humano para reflexionar y deliberar por sí mismo. Portamos mentes animales gustosas de creer que siempre hay alguien dispuesto a acaudillarnos y pensar qué es lo mejor para nosotros. Necesitamos creer en la honestidad de ese fulano, en quien depositamos nuestras responsabilidades.
El origen de esa necesidad está en una conciencia que no ejercitamos, y que es la única vía para hacernos responsables de nuestras decisiones. Y, también, de nuestros cómodos silencios.
 Una conciencia -marginada por esa perezosa mente animal nuestra- que nos recordaría cuán importante es ser activos, críticos, sagaces; cuando se trata de poner nuestra vida en manos ajenas, en las manos de un líder. 
Por su propia condición de representante de un conjunto, el líder arrastra una mayor propensión a mostrar la contradictoria doble lealtad. Una doble lealtad que lo conduce a ser infiel, dejando en evidencia el papel secundario y marginal de la gente (sus representados), frente a la maquinaria burocrática de la que forma parte, ofreciéndole múltiples oportunidades de beneficio propio. Es una cuestión de cercanía y deshonestidad. Así, pues, los líderes nos necesitan cuanto más ignorantes mejor.
Porque la realidad es que el cesto está podrido, y cualquier manzana que se acerque lleva el mismo camino; ese es el triste pan nuestro de cada día. Y siempre fue así.
Ante este trágico panorama, mi sugerencia será meterle mano a lo invisible, lo que unos llaman sagrado y otros denominan mito. Los primeros no se sienten dignos de cuestionar nada que, a su juicio, lleve el sello divino. Los segundos reniegan de todo lo que suene a religión y cuentos de viejas. En conclusión, el mito sigue activo, tan vivo como siempre, gracias a la veneración de unos y la desidia de otros.
¿Qué decir de los dioses? Este trabajo carecería de sentido si no llegase hasta el tuétano del problema; si no pusiera en la palestra el ejemplo extremo de la grave necesidad humana de depender de otros.
La supeditación al mito religioso es el culmen de las deficiencias psicológicas y emocionales de nuestra especie. Un mito religioso con trasfondo real: unos entes que se burlan de nuestro mundo, sobre el que ponen sus groseras manos desde tiempo inmemorial, a modo de dramático juego.
Entes que apadrinan y dirigen las fuerzas más oscuras de la psique humana. Charles Fort (1874-1932), investigador de lo inexplicable, fue más concreto en El libro de los condenados (1919): Creo que somos bienes inmobiliarios, accesorios, ganado.
Un ganado con generalizado desinterés por participar en la transformación personal y social. Y con extrema credulidad hacia las doctrinas políticas y religiosas imperantes y sus representantes.
Unos bienes inmoviliarios que, mayormente, necesitan creer en la trascendencia; individuos ansiosos de creer en algo superior.
El problema reside en la ignorancia que el ser humano muestra a la hora de tratar de llenar su estadio espiritual, alimentándose de mitos envenenados que fagocitan sus más elementales y trascendentales aspiraciones.
En las siguientes páginas esbozaré la imagen de un mundo, el nuestro, intervenido por una inteligencia psicopática: el fenómeno alienígena; que se expresa diversamente, por ejemplo, a través del fenómeno OVNI (Objeto Volante No Identificado). En mi humilde opinión, sin conocimiento de este fenómeno, jamás podremos entender qué hace que el mundo sea como es.
Analizaremos el fenómeno alienígena desde variados prismas, siempre con la mirada puesta en la evolución que nos permita –sin miedo- mirar de frente a la realidad.
La evolución que alienta al inconformista, a la protestona, a quienes se juegan la única vida que tienen por patrimonio, dejando en evidencia las vergüenzas de los pastores de cuello blanco, y aquellos otros que se proclaman emisarios de lo supremo.
En esas almas se preserva, a mi juicio, la esperanza de que los senescales, los amantes de envolver con solemnidad lo insustancial, quienes mercadean a placer, acaben siendo vulgares reliquias de tiempos pasados.
Sólo ocurrirá cuando dejemos de dar la espalda a la realidad: el pastoreo de almas aglutinadas en torno a una doctrina (comercial, política, religiosa) que arrebata la soberanía individual (y a la postre, la soberanía colectiva), está reñido con la libertad y la evolución. El mayor sacrilegio, la más grave irreverencia, consiste en empeñarnos en depositar en un desconocido, en un libro, en una institución, en una deidad, la responsabilidad que cada uno debe asumir y desempeñar.
Es ahí donde interviene la conciencia que nos cultiva como seres necesitados de maduración. Una conciencia que le perderá el miedo y el respeto al mito que sostiene que habitamos un mundo civilizado. Una conciencia que prescindirá de dioses de pacotilla y hombres endiosados.
Nuestra actual decadencia viene acompañada de grandes oportunidades para la reflexión. Te invito a ello.
Y ahora que te adentras en la lectura de mis reflexiones, déjate acompañar por el espíritu crítico que trae consigo el cuestionamiento del actual paradigma.



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