Trajano gustaba de recorrer
las más sinuosas madrigueras virtuales, buscando joyas musicales de todas las
épocas. Cuando daba con una, el disfrute alcanzaba el éxtasis.
Descubrió A change is gonna come, y no apartaba
sus sentidos de aquella canción de voces negras. Bajo su embrujo, Trajano,
alguna tarde de caluroso agosto, tendido en la orilla de La Laja, plateadas
chispas solares sobre las olas, disparó su imaginación hacia la estratosfera.
Pitillo de buena hierba y versos en sus labios…
Porque el río en cuyas
orillas Trajano nació se llama Atlántico. Y de él, de ese río de azules
corrientes, tomó Trajano su carácter; casi siempre corriendo, malamente, de un
asunto a otro. Vivir es duro, pero lo prefiere a morir, ya que no sabe qué
cosas habrá allá arriba, en el cielo; mejor aquí abajo, Trajano; mejor aquí, en
Las Palmas.
Liria, una rosa morena, era
su novia. La muerte los separó el 20 de agosto de 2008. Desde entonces, ella
habita en sus recuerdos. Los andares del chico dan lástima. Su vida sentimental
no acaba de cuajar. La laboral es la mejor de todas. Se sabe esclavo y vive
holgadamente cuando paga sus facturas.
Trajano sabía que algo, un
cambio, no sabría expresarlo con detalle, estaba presto a suceder.
Y así fue. El cielo se
oscureció. Y entonces, unos días más tarde, ocurrió, ya sabes, eso… El hecho
más sorprendente que pueda imaginarse. Cientos de miles de personas, tal vez
millones, alrededor de todo el mundo, regresaron a sus hogares, en muchos
casos, tras más de diez años de ausencia. En otros, sólo unas pocas semanas.
Pero todos, todos esos individuos, tienen una cosa en común: están legalmente
muertos.
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